miércoles, 30 de septiembre de 2009

¿Prohibido prohibir...la prostitución?

"Claro, si se empeña uno en calificar de prostitución a la actividad de una mujer que, según es corriente, no entrega toda su persona a cambio de dinero, sino sólo su cuerpo, entonces hay que decir que Leona ejercía la prostitución cuando se terciaba. Pero si se conoce durante nueve largos años, como ella desde los dieciseis, la ridiculez del dinero que se paga en esos antros de baja rale, y se tienen presente los precios de los artículos de tocador y de la ropa, las retenciones de sueldo, la avaricia y el despotismo de los dueños, los descuentos de comida y bebida que hacen algunos clientes despabilados, y la cuenta de la habitación del hotel vecino; si se piensa que diariamente hay que combatir con todo esto, defender la propia causa y saldar cuentas, resulta que aquello, que al profano parece divertido libertinaje, es una profesión llena de lógica y objetividad, con un código registrado. La prostitución es precisamente una cuestión que cambia mucho según se la mire de arriba o abajo."
De "El hombre sin atributos" Por Robert Musil.

Yo no sé vosotros pero yo alucino. Hace cuarenta años de las reivindicaciones del famoso mayo francés, una de ellas era "Interdit d'interdire", el "prohibido prohibir". Es de suponer que aquellos jóvenes que éramos se correponden con estos viejunos que somos. Y¿en qué nos hemos convertido?. Es de suponer también, que unos de nosotros somos ciudadanos de a pie, y otros de nosotros somos dirigentes electos, de cualquier institución, la que sea, directiva, legislativa o ejecutiva. Pero todos venimos de allí, en una u otra forma, todos deseábamos que hubiera la menor dosis de prohibiciones posibles. Dada la supuesta madurez del pueblo, prohibir sería lo menos necesario. Éramos partidarios de todo y ahora resulta que todo nos molesta. ¡Ufff!

Yo no sé vosotros, pero yo oigo un clamor. ¡A la prohibición con premura! !Viva Premura!. Estos ciudadanos de a pie que somos clamamos a esos otros ciudadanos electos que nos dirigen ¡Que prohiban! Que prohiban a los emigrantes entrar en "mi" cotarro, que prohiban a los emigrantes que entren en "mi" cotarro que me roben "mis" posesiones, que prohiban a los jóvenes hacer botellón debajo de mi casa, que prohiban a las chicas abortar, que prohiban conducir si bebes, te drogas o tomas psicofármacos, que prohiban a la gota fría que pase por mi barrio, que prohiban a los maridos que se acerquen a sus mujeres, sobre todo si es para matarlas, que prohiban, que prohiban, que prohiban, y que no salgan de la carcel. !Que se aumenten las penas! !Que se rebaje la edad penal! No estamos lejos de pedir la pena de muerte. Tiempo al tiempo. Para éste, para ese y para aquel. Que prohiban todo lo que moleste. Que prohiban la prostitución, que es de muy mal gusto.

Ya sé que nos deshacemos en justificaciones, me da igual. Lo que importa es que cuando pedíamos " prohibido prohibir" estábamos dispuestos a ser solidarios con los que no tenían y a responsabilizarnos de que nadie tuviera que sufrir el desarraigo de la emigración, porque no queríamos imitar a nuestros padres adorando el becerro de oro del capitalismo , porque vivir una sexualidad sin represión no iba a desembocar en el drama de miles de mujeres abortando, porque beber y conducir no iba a convertirse en la única atractiva diversión de nuestros hijos fruto de "paz y amor", porque el amor libre nunca devendría en amor posesivo y sobre todo no sería necesaria la prostitución...

No se pueden poner puertas al campo, lo que hay que hacer es ararlo. Y no lo estamos haciendo. Esdedesear.

"
Castígase con pena de muerte a los que deliberan sobre los negocios públicos fuera del Consejo o de los comicios. Dicen ellos que ha sido hecha esta ley para impedir que el Príncipe y los traniboros puedan conspirar fácilmente juntos para oprimir al pueblo con la tiranía y cambiar el régimen. Así que los asuntos de gran peso e importancia se llevan a la Asamblea de los sifograntes , los cuales, luego de consultar con sus familias, deliberan entre sí y exponen sus pareceres al Consejo. A veces llevan algunos asuntos al Consejo General de la isla. Además, respeta el Consejo la costumbre de no deliberar sobre negocio alguno el mismo día que es propuesto por primera vez, por lo que se aplaza la deliberación hasta la sesión siguiente. Así nadie osa decir inconsideradamente las palabras que tiene en la punta de la lengua, por no haber luego de meditar para hallar razones con que defenderlas y mantenerlas, pues hay hombres que por una mal entendida vergüenza antes harían daño a la República que confesarían sus yerros. En bien de la República, no hay que hablar ligeramente, sino pensar mucho antes lo que se va a decir.

De" Utopía". Por Tomás Moro.


miércoles, 23 de septiembre de 2009

Paresia

"A fin de aportar al tema una nueva dimensión, he venido insistiendo en que el concepto de realidad en Freud aúna lo fáctico y lo actual- es decir un mundo de hechos consensualmente validado y una activación recíproca de gente del mismo parecer. Sólo estos dos elementos juntos proporcionan un sentido de la realidad. Porque incluso entre los hombres más inteligentes y mejor instruídos siempre existe una búsqueda de una imagen del mundo compartida con aquelllos que no sólo se sirven de los mismos métodos de verificación, sino que también piensan de manera semejante y se hacen sentir unos a otros activos y competentes: sólo untos podrán descifrar lo que haya de verdadero en las experiencias de significación más pronunciada."
De "Historia personal y circunstancia histórica" por Erik H. Erikson

"No es posible ser amado por muchos con una perfecta amistad, lo mismo que no lo es amar a muchos a la vez. La verdadera amistad es una especie de exceso en su género, es una afección que supera a todas las demás, y se dirige por su misma naturaleza a un sólo individuo, porque no es muy fácil que muchas personas agraden a la vez tan vivamente, ni quizá sería bueno.(...) Los hombres afortunados no tienen necesidad de relaciones útiles, pero necesitan relaciones agradables, y por esa causa quieren vivir habitualamente con algunas personas."
De" Moral a Nicómaco" por Aristóteles.

Filiel, agosto 2009

Queridos: Otra vez tengo que felicitarme de no haber hecho caso de la imaginación, la mía es tendente al pesimismo y busca ,para frustrar mis proyectos, las asociaciones más truculentas. Pero "a Dios rogando y con el mazo dando", aquí me encuentro, felizmente integrada en esta nueva morada. Me gusta el silencio, lo que más, pero para romperlo a ratos me he traído una antigua radio de las de cassette incorporado, que tenía abandonada en el trastero. ¡Sorpresa! En una pletina, una grabación de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak y en la otra una recopilación de éxitos de Sinatra. Del mismo trastero pillé un aparato de video VHS al que aplico la tremenda colección antigua de mi hermano, pero en él, en el video, también un duende me había dejado una grabación de Toska. Estos duendes proveedores parecen haber ido dejando miguitas en el camino que son buenas compañías.
Bajo la nogal de mi casa y en otros muchos puntos desperdigados de esta maravillosa naturaleza (con un cuchillo en el zurrón mirando de reojo por si los lobos...) me voy zampando la provisión de libros que me traje, aunque, ya vereis, mucha soledad y tal y cual pero no me dará tiempo a leer todo lo que me propuse.
Hay otro "temita" que estaba en el buffer. Lo sabeis. Llegué aquí sin hipoteca alguna en cuanto a la posibilidad de compartir esta estancia con alguien, corría el riesgo de no tratar a nadie en este tiempo, no, si ello implicase alguna clase de comercio y debilidades varias, usar bastones y luego tirarlos. Suponía que aún así merecería la pena, así que no hice previsiones en ese sentido. Una ascesis como ésta no permite más que discursos verdaderos, entre pares. Hace tiempo que ya solo busco la "paresia". Hay un tiempo para sembrar y otro para cosechar.
("La paresia etimológicamente significa decirlo todo. La paresia lo dice todo; no obstante, no significa decirlo todo, sino más bien la franqueza, la libertad, la apertura que hacen que se diga lo que hay que decir, como se quiere decir, cuando se quiere decir y bajo la forma que se considera necesaria. Este término de paresia esta ligado de tal forma a la elección, a la decisión, a la actitud del que habla, que los latinos lo han traducido justamente por libertas para referirse a la libertad de aquel que habla.". Foucault. Hermenéutica del sujeto). No, libre me quiero. Y par. Y es posible que haya encontrado algunos. Llegados de tierras aún más
lejanas que yo.
Creo que merece la pena que os cuente otras cosas de ellos. Esdedesear

jueves, 17 de septiembre de 2009

Habitar en la montaña

¿POR QUÉ PERMANECEMOS EN LA PROVINCIA?(Warum Bleiben Wir in der Provinz)

En 1933 se ofreció a Heidegger por segunda vez una cátedra en la Universidad de Berlín, pero decidió quedarse en la pequeña Friburgo. Para justificar tal decisión escribió el texto cuya traducción ofrecemos. Este artículo de Heidegger apareció en 1934 en una obscura hoja periodística de provincia y no se volvió a publicar hasta los años 60. En castellano se tradujo en ECO- Revista de la cultura de Occidente, marzo de 1963, nº 35, tomo VI-5. Lo retomamos de ESPACIOS, revista del Centro de Investigaciones Filosóficas de la Universidad de Puebla (México), año 2, nº 6, 1985.

En una abrupta cuesta de un amplio y alto valle de la Selva Negra, se levanta un pequeño refugio de esquiadores a 1.150 metros de altura sobre el nivel del mar. Su planta mide de seis a siete metros. El bajo techo recubre tres cuartos: la cocina, el dormitorio y un gabinete de estudio. En el estrecho fondo del valle y en la ladera opuesta, igualmente abrupta, yacen dispersos los cortijos de los campesinos, ámpliamente emplazados, con el gran techo que pende sobre ellos. Cuesta arriba se extienden las praderas y las dehesas hasta el bosque con sus viejos, enhiestos y oscuros abetos. Todo lo domina un claro cielo soleado en cuyo resplandeciente espacio dos azores se elevan trazando círculos.
Éste es mi mundo de trabajo visto con los ojos mirones del huésped o del veraneante. Yo mismo nunca miro realmente el paisaje. Siento su transformación contínua, de día y de noche, en el gran ir y venir de las estaciones. La pesadez de la montaña y la dureza de la roca primitiva, el contenido crecer de los abetos, la gala luminosa y sencilla de los prados florecientes, el murmullo del arroyo de la montaña en la vasta noche del otoño, la austera sencillez de los llanos totalmente recubiertos de nieve, todo esto se apiña y se agolpa y vibra allá arriba a través de la existencia diaria. Y, nuevamente, esto no ocurre en los instantes deseados de una sumisión gozosa o de una compenetración artificial, sino, solamente, cuando la propia existencia se encuentra en su trabajo. Sólo el trabajo abre el ámbito de la realidad de la montaña. La marcha del trabajo permanece hundida en el acontecer del paisaje.
Cuando en la profunda noche del invierno una bronca tormenta de nieve brama sacudiéndose en torno del albergue y oscurece y oculta todo, entonces es la hora propicia de la filosofía. Su preguntar debe entonces tornarse sencillo y esencial. La elaboración de cada pensamiento no puede ser sino ardua y severa. El esfuerzo por acuñar las palabras se parece a la resistencia de los enhiestos abetos contra la tormenta.
Y el trabajo filosófico no transcurre cual la apartada ocupación de un extravagante, sino que tiene una íntima relación con el trabajo de los campesinos. Mi trabajo se asemeja al del joven campesino cuando sube la pendiente remolcando el trineo de la montaña y luego, una vez bien cargado con leños de aya, lo dirige a su cortijo en peligroso descenso; al del pastor cuando con su andar lentamente meditabundo arrea su ganado pendiente arriba; al del campesino cuando en su cuarto dispone en forma adecuada las innumerables tablillas para su techo. Allí arraiga su inmediata pertenencia a los campesinos.
El hombre de la ciudad piensa que “se mezcla con el pueblo” tan pronto condesciende a entablar una larga conversación con un campesino. Por las tardes, cuando durante la pausa del trabajo me siento con los campesinos en torno de la estufa o en la mesa junto al rincón donde está la imagen del Señor, casi nunca hablamos. En silencio fumamos nuestras pipas. Entretanto quizá cruza una palabra. Que el trabajo se termina en el bosque, que en la noche anterior se metió una marta en el gallinero, que posiblemente mañana una vaca parirá, que el campesino Oehmi ha tenido un ataque, que el tiempo pronto “se muda”. La íntima pertenencia del propio trabajo a la Selva Negra y a sus moradores viene de un centenario arraigo suabo-alemán a la tierra que nada puede reemplazar.
Al hombre de la ciudad una estadía en el campo, como se dice, a lo más, lo “estimula”. Pero la totalidad de mi trabajo está sostenida y guiada por el mundo de estas montañas y sus campesinos. Ahora, mi trabajo allá arriba se ve interrumpido a menudo por largo tiempo debido a gestiones, viajes para dictar conferencias, discusiones y la actividad docente aquí abajo. Pero tan pronto retorno arriba se aglomera, ya desde las primeras horas de estadía en el albergue, todo el mundo de las antiguas preguntas y, por cierto, en el mismo cuño con que las dejé.
Sencillamente, soy trasladado al ritmo propio del trabajo y, en el fondo, no domino en ningún caso su ley oculta. Los hombres de la ciudad se maravillan a menudo de este largo y monótono quedarse solo entre los campesinos y las montañas. Sin embargo esto no es ningún mero quedarse solo; pero sí soledad. En verdad en las grandes ciudades el hombre puede quedarse solo como apenas le es posible en ninguna otra parte. Pero allí nunca puede estar a solas. Pues la auténtica soledad tiene la fuerza primigenia que no nos aísla, sino que arroja la existencia humana total en la extensa vecindad de todas las cosas.
Es posible convertirse en una “celebridad” en un santiamén mediante los periódicos y revistas. Éste es siempre, por cierto, el camino más seguro por el que el querer más auténtico sucumbe al malentendido y llega al olvido profunda y rápidamente.
Por el contrario, la memoria campesina tiene su fidelidad sencilla, segura e incesable. Hace poco le llegó la hora de la muerte a una campesina allá arriba. Ella conversaba conmigo a menudo y de buena gana, y me enseñaba viejas historias del pueblo. En su lenguaje enérgico y lleno de imágenes conservaba todavía muchas palabras viejas y diversas sentencias que habían llegado a ser ininteligibles para los actuales jóvenes del pueblo y, así, han desaparecido del lenguaje vivo. Todavía el año pasado, cuando yo vivía solo semanas enteras en el refugio, esta campesina con sus 83 años, subía a menudo la abrupta cuesta que conduce a él. Quería ver, como decía, si yo todavía estaba allí y si no me había robado de improviso “algún duende”. La noche que murió la pasó conversando con sus parientes y, hora y media antes de su fin, envió todavía un saludo al “señor profesor”. Tal recuerdo vale incomparablemente más que el más hábil “reportaje” de un periódico de circulación mundial sobre mi pretendida filosofía.
El mundo de la ciudad está en peligro de sucumbir a una falsa creencia corruptora. Una impertinencia muy ruidosa y muy activa y muy delicada parece, a menudo, preocuparse por el mudo y la existencia del campesino. Pero con ello se niega precisamente lo que ahora sólo hace falta: mantener la distancia de la existencia campesina; abandonarla –ahora más que nunca– a su propia ley; ¡fuera las manos!, para no arrastrarla en una falsa habladuría de literatos sobre lo popular y el amor a la tierra. El campesino ni quiere ni necesita en ningún caso esta exagerada amabilidad ciudadana. Lo que ciertamente necesita y quiere es el tacto reservado respecto a su propio ser y a su independencia. Pero muchos de los procedentes de la gran ciudad y de los transeúntes –y no en último término los esquiadores– se comportan a menudo en el pueblo o en la casa del campesino como si se “divirtieran” en sus salones de recreo de la gran ciudad. Tal ajetreo destruye en una noche más de lo que puede fomentar jamás un adocenamiento científico de varios decenios sobre lo popular y las costumbres y usos del pueblo.
Dejemos toda intimidación condescendiente y todo falso culto de lo popular; aprendamos a tomar en serio allá arriba aquella existencia sencilla y dura. Sólo entonces nos podrá volver a decir algo.
Hace poco recibí la segunda llamada de la Universidad de Berlín. En una ocasión semejante me retiro de la ciudad a mi refugio. Escucho lo que dicen las montañas, los bosques y los cortijos. En esto vengo a donde mi viejo amigo, un campesino de 73 años. En los periódicos ha leído sobre el llamado a Berlín. ¿Qué irá a decir? Lentamente desliza la segura mirada de sus claros ojos en los míos, mantiene los labios fuertemente apretados, me coloca su mano fielmente circunspecta sobre el hombro y sacude su cabeza en forma apenas perceptible. Esto quiere decir: ¡irrevocablemente no!

Este texto de Martin Heidegger ha sido copiado integramente de la pagína web filosofía y pensament de Ramón Alcoberro)

Hay variadas razones que nos impulsan a movernos de nuestro lugar habitual, entre ellas las que más fuerza suelen tener son las obligaciones laborales propias o de nuestra pareja, voluntarias o de fuerza mayor y el retorno a "nuestra" tierra, por ejemplo. En casos menos frecuentes estaría la búsqueda de un clima mejor o la necesidad de romper la rutina y empezar una "vida" nueva, despreciando hacer una sana reflexión sobre qué nos hace desear esa ruptura, y por eso, frecuentemente, acaba convirtiéndose en la misma rutina y la misma vida en otro lugar, en ocasiones incluso más hostil. Cualquiera de ellas puede proporcionarnos experiencias enriquecedoras y satisfactorias porque suponen contrastes suficientes para estimular energías internas, necesitamos ese movimiento para sentirnos mejor y agradecemos que haya surgido algún motivo que, aunque externo a nosotros, nos haya permitido vivirlas.

Estos motivos comentados, sus razones, se nos presentan de una forma, sino total, bastante consciente, o al menos así lo es su justificación (la diferenciación entre motivos como causas y su justificación verbal es un asunto complejo, para mi no hay tal distinción, pero esto es otro cantar). Pero cuando este cambio (de lugar habitual- habitar otro lugar- habitar y ser son lo mismo para Heidegger) no obedece a alguno de estos motivos con los que uno, para mayor seguridad en el éxito de la empresa, se aferra en su decisión, sino a otros más difusos y de precaria justificación, conduce a una gran felicidad, lo sentimos más nuestro, y nos ofrece un montón de sensaciones que vamos descubriendo. Hemos atendido otros deseos, y es el momento de aprovechar para hacer ese tipo de análisis a posteriori, en el sentido que tanto os comenté de Schopenhauer, que ayuda a conocernos mejor, a descubrirnos en nuestras auténticas y transparentes motivaciones. Un análisis que surge directamente del asombro, como el conocimiento auténtico que nos enseñó Aristóteles, el asombro es lo que impulsa la verdadera curiosidad y lo que deviene en un saber "nuevo", incluso sobre nosotros mismos. Esdedesear.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Cartas desde Filiel


1
Para venir a gustarlo todo no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo no quieras ser algo en nada.
2
Para venir a lo que gustas has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres has de ir por donde no eres.
3
Cuando reparas en algo dejas de arrojarte al todo.
Para venir del todo al todo has de dejarte del todo en todo,
y cuando lo vengas del todo a tener has de tenerlo sin nada querer.
4
En esta desnudez halla el espíritu su descanso, porque no comunicando nada, nada le fatiga hacia arriba, y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad.


De " La subida del Monte Carmelo. Monte de perfección" Por S. Juán de la Cruz.


Quizas debiera haber convocado a Teresa de Jesus en lugar de Juán de la Cruz, ella que vivía sus éxtasis entre pucheros, algo que se nos da muy bien a las mujeres, que podemos mezclar perfectamente el tocino con la velocidad, sin que se nos mueva un pelo. Así me pasó a mi en estas vacaciones, extasiada y arrebolada por sensaciones medio místicas al tiempo que aprendía a cocinar un cocido maragato o me peleaba por el espacio con las arañas, moscas o avispas, pero, a decir verdad, San Juán me gusta más.



Filiel, julio del 2009.

Queridos: Cuando hace algún tiempo os enseñé esa foto del camino a Filiel, con las nieves aún en el Teleno, cuando os decía que ella era la imagen del presente de mi futuro, anticipaba sin saberlo aún estas vacaciones mías, adivinando un deseo que aún no había parido sino en el lenguaje literario. Misterios de lo inefable tatuado en lugares invisibles de mi cuerpo. Lo prefiero.
Filiel... sólo por ese nombre merecería ser escogido un lugar. Fili-el, que se me figura una mezcla de griegos y árabes, la contundente mezcla de dos civilizaciones que nos fundan y fundamentan. Un pueblo al pie de la montaña, en el medio de una naturaleza que no sabré describir porque he descubierto con asombro que para todo decir auténtico hay que haberse creado un lenguaje antes y yo no dispongo de él. Un pueblo al que me condujo un nada de razón instrumental pues en ninguna certeza podría basar mis fines y un todo de poderosa intuición que me fortalece con su total incertidumbre. Veremos a ver por donde sale...

Y aquí estoy (la jornada empezó muy bien, Radio Tres parece haber querido premiar mi fidelidad con una selección para el viaje: un concierto de Muddy Waters, una pieza de piano sudamericana "El Trapìche" de Claudia Calderón, una cantata de Bach, y unas danzas eslavas de Dvorák que coincidieron con la travesía del macizo galaico-leonés. Total, que conduje hasta aqui como en volandas.) en el fragor de un combate que mi alma disputa entre el miedo a no superar el silencio y la abrumadora soledad y la angustia de, por eso mismo, perderlos. Un sentimiento parecido al de una enamorada atenazada por las dudas y el deseo, que a su pesar continua probándose ropa ante el espejo, y, sin remedio para esta locura, pasé la tarde aviando, ilusionada, con las cuatro cosas que apañé para traerme, los apenas treinta metros cuadrados de casa, como si guiara mi mano la propia mano de un profesor oculto por encima de mi cabeza. Miro y remiro las posibilidades del pequeño terreno que se desparrama hasta el cauce seco de un riachuelo en la trasera, sin límites concretos, informe y asilvestrado, y le plantifico una mecedora "comme il faut" a un espacio que invento para remedar un porche: ¡aquí miraré las estrellas!

Sigo sin atisbar un ser humano, dicen que los hay, pero las casas están cerradas de puertas y ventanas a cal y canto. Será como las meigas que "habelas haylas". Y continuo preguntándome cómo he llegado hasta aquí. Ya os seguiré contando. Hasta pronto.


Nosotros y los objetos
luz y tinieblas
cuerpo y alma
dos almas
espíritu y materia
Dios y el mundo
pensamiento y extensión
ideal y real
sensibilidad y razón
fantasía e intelecto
ser y deseo
Las dos mitades del cuerpo
derecha e izquierda
respirar
Experiencia física:
imán.
Johann Wolgang von Goethe





jueves, 10 de septiembre de 2009

Manuel Rivas

El lugar donde más he coincidido con Manuel Rivas es en el supermercado que, al parecer, frecuentamos ambos. Él es un profesional de la cultura pero yo voy poco a los actos a los que él acude. A pesar de ello no ha sido invisible para mi, no me refiero ahora a su talla de escritor reconocido, sino a su trayectoria de compromiso ideológico. Y eso es lo que quiero agradecerle: Que no haya permanecido invisible, como ha ocurrido con gran parte de la intelectualidad. Su voluntad, a pesar del éxito, de testimoniar sus ideales. Hoy toca a la justicia.

http://www.rtve.es/mediateca/audios/20090909/manuel-rivas-trucha-dias-como-hoy/581447.shtml

lunes, 7 de septiembre de 2009

La humildad vigilante


"El único remedio que existe contra la amorfa manía de saber muchas cosas, de divagar en esta o aquella dirección, de abandonar un tema cuando apenas se lo ha rozado, cuando apenas se lo ha captado, el único remedio contra esta curiosidad que, ciertamente, es algo más que mera curiosidad, pues no tiene ningún propósito ni lleva a ninguna parte, el único remedio contra este andar dando saltos y respingos hacia todos lados, consiste en esto: en tratar con alguien que posea el don de moverse dentro de todo lo que es posible saber sin abandonarlo hasta no haberlo medido en todas sus dimensiones, de moverse dentro pero sin diluirlo. Nada de lo que Sonne dijera quedaba suprimido o liquidado por él. Siempre era más interesante que antes, estaba articulado e iluminado. Allí donde antes solo había interrogantes, puntos oscuros, Sonne concentraba en un solo campo otros muchos campos. Con la misma precisión con que podía describir una rama del saber podía describir tambien a un hombre destacado de la vida pública. Evitaba hablar de gente a la que ambos conociésemos personalmente, y de este modo quedaba excluido de su exposición todo aquello que convierte una conversación en un mero chismorreo. Por lo demás utilizaba los mismos métodos para hablar de las personas que para hablar de las cosas. Tal vez lo que más me recordaba a Musil era esto: su concepción de los seres humanos como campos del saber dotados de una peculiaridad propia. La insipidez de una teoría única, aplicable a todos los seres humanos, le resultaba tan ajena que ni siquiera mencionaba una teoría así. Cada persona era algo especial, no solo algo aislado. Sonne odiaba lo que unos hombres hacían contra otros hombres, jamás ha habido un espíritu menos bárbaro que él. Aunque tuviera que poner de manifiesto las cosas que odiaba, sus palabras nunca sonaban a odio; lo que el ponía al descubierto era una carencia de sentido, y nada más.
Resulta sobremanera difícil hacer comprensible hasta qué punto evitaba Sonne cualquier referencia personal. Uno podía haber pasado con él dos horas, durante las cuales había aprendido inumerables cosas, y de tal modo además que a uno le sorprendía siempre aquello que escuchaba. ¿Como, en presencia de una superioridad intocable como aquella, hubiera uno podido colocarse a sí mismo por encima de los demás? Ciertamente la palabra humildad no es la que él hubiera empleado, pero cuando uno lo dejaba, lo hacía en una disposición de ánimo que no puede ser calificada más que con esa palabra; era, sin embargo, una humildad vigilante, no la humildad de los borregos."

"No me causó sorpresa que un charlatán al que yo siempre había evitado se sentase en una ocasión a mi mesa y me preguntase, sin ningún preámbulo, si yo conocía al doctor Sonne. Rápidamente contesté que no ; no fue posible, sin embargo logar que se callase, pues estaba conturbado por algo que no le daba sosiego y que no comprendía; una fortuna donada. Este doctor Sonne, dijo, era el nieto de una persona muy rica de Prsemysl y había donado, para fines benéficos, toda su fortuna, que había heredado de su abuelo. El no era el único que no estaba en sus cabales, añadió. Tampoco lo estaba Ludwig Wittgenstein, un fílósofo, hermano del pianista Paul Wittgenstein, el que no tenía más que un brazo; el tal Ludwig había hecho lo mismo que el doctor Sonne..."
De "Historia de una vida. El juego de ojos. Hallazgo del hombre bueno." Por Elias Canetti.
A la dicha de este verano en Filiel ha contribuído enormemente los ratos que pasé acompañada por la lectura de la autobiografía de Canetti, que me mantuvo fascinada desde el principio. Os he escrito cartas desde alli, pero Filiel se configura en otra dimensión espacial y temporal y yo he regresado antes. Esto me está produciendo algunos desajustes, habrá que tomar de nuevo las posiciones abandonadas aunque ya no estén en el lugar en el que las había dejado. Por suerte la linea del horizonte siempre sigue avanzando. No podemos bañarnos dos veces en el mismo río.. ni el río ni nosotros somos los mismos, dice Heráclito, pero hay algo que permanece: el deseo de bañarnos. Esdedesear.