jueves, 14 de enero de 2010

La pesadilla de Haiti.

No debía aplazar más tiempo una analítica que me pidió mi cardiólogo. No poder desayunar en cuanto me levanto me pone de mal humor. Finalmente hoy fuí al concurrido laboratorio de mi sanidad pública. Hace un día de perros así que iba totalmente pertrechada para las inclemencias del tiempo: mis botas a juego con mi bolso marrón , mi buen trench para la lluvia, mi coqueto sombrerito, el imprescindible foulard, paraguas. Soporto la espera con un libro de Alice Munro, suelo llevar un novela en el bolso para estos ratos perdidos; en mi mesilla de noche tengo unos cuentos de Guy de Maupassant, y por el día alterno varios ensayos. Entramos cuatro para la extracción de sangre, descubrimos a la vez nuestros brazos sentados en cómodas butacas de piel mientras recibimos el dulce consuelo de la enfermera por el incómodo y desagradable pinchazo. No espero un minuto más y desayuno un humeante tazón de café con leche y un jugoso croissant en la cafetería del propio hospital. Conduzco mi coche que todavía conserva el calor del meneo al climatizador que le metí de mañana. El garaje estaba frío y la diferencia de temperatura con la buena calefacción de mi casa me destempla.

Las cafeterías ya están rebosantes a horas tempranas y da gusto contemplar el ajetreo de la ciudad. Un camión municipal me obliga a parar mientras lleva a cabo la maniobra de introducir tres colchones medianamente viejos que aguardaban perfectamente ordenados al lado de los tres contenedores de basura, orgánico, inorgánico y papel, lugar convenido con el ciudadano que dió el aviso de retirada en días anteriores. Continuo mi trayecto dejando a un lado los cantones, varios operarios con todos sus aperos están enfrascados en el mantenimiento diario de los jardines. Supero al tercer ingenio de limpieza de calles que me voy encontrando, éste se encarga de cepillar los bordillos. Enfilo la dársena, todo ante mi vista: barcos, gruas, contenedores, carretillas, edificaciones, mantiene un asombroso orden pese al afanoso trajín de carga y descarga portuaria. Farolas, letreros, semáforos, aceras, aparcamientos, servicios de alquiler de bicis, y un largo etcétera, estupendamente conservados y oportunamente dispuestos para el uso y disfrute.

Me detengo, gracias a mi gran sensibilidad, un día más, a observar el maravilloso espectáculo que ofrece un rojo haz de rayos de sol entre las algodonosas nubes y el espléndido reflejo en el mar. Ya sentada ante mi confortable mesa de despacho, ataco a mi computadora personal y saludo por el skype, antes de consultar el correo electrónico. No olvidar sacar entradas para el concierto en el servidor de internet y enviar un sms para reservar las del nuevo ciclo de cine. Y dedicarle un rato al blog mientras escucho con mis nuevos cascos el último podscats de "el fantasma de la ópera" en la radio nacional sin anuncios.

Es difícil, ironías aparte, no encontrar insultante mi vida al compararla con la de un habitante de Haití. No se me ocurre argumentación alguna para estas diferencias y además no creo que exista una justificación posible para los pobladores del llamado "primer mundo". Solo se me ocurre que lo único que puedo hacer es condolerme y ser feliz humildemente. Al menos no dar la lata. Esdedesear.

7 comentarios:

Barbebleue dijo...

Podríamos decir aquello de que nuestro peor insulto sería la insensibilidad.

pfp dijo...

es una opción Conchita,y me parece bien, pero yo prefiero la de la "lata"

Josefina dijo...

Conchita y amigos míos: No sé cómo me siento, pero hay algo o mucho de vergüenza, de rabia, de tener que admitir que ya nada sirve de nada. Que hubo un tiempo en que hubiera sido posible, pero ya no. Si algún día las fuerzas de la Naturaleza caen sobre nosotros, nos iremos habiendo vivido una vida con cierta dignidad... pero ¿Y ellos? Es terrible pensar que el terremoto aliviará muchas conciencias que nunca admitirían haber omitido... Lo sabíamos.

Esdedesear dijo...

Barbe, es cierto, todavía hay mucha sensibilidad en el mundo, lo que no entiendo es por qué se perpetuan estos problemas.
Pilar, me refiero a la lata que damos quejándonos los del primer mundo. ¿Hay derecho?
Josefina, en estos momentos pienso en que admiro mucho a los que, cuando no hay catástrofes que lo recuerden, no cejan en trabajar para denunciar estas situaciones.
Gracias a los tres y un abrazo.

pfp dijo...

creo que he comprendido el sentido de tú comentario Conchita, pero me reiteró en que la "lata" hay que darla, en el primer mundo y en el tercero, primero porque todavía hay reductos y no tan reducidos del tercero en el primero, pero además, para que con nuestro bienestar se produzca una especie de vaso comunicante, una conciencia de igualdad de progreso hacia el tercero.

Josefina, yo de por mí, proclive siempre al vaso medio lleno, todavía confío, claro que por desgracia, todo no es como dice el Sr. del Castillo "cuestión de sensibilidad" pero por algo hay que empezar...

besos a los tres

Antía dijo...

La teoría de los vasos comunicantes es la esencia de la cooperación internacional, el problema, que también lo es para el progreso en el primer mundo. Lamentablemente son más numerosas las veces que el vaso del primer mundo se llena a costa del tercero que al revés.
Dejemos a los expertos del primero, segundo, tercero y cuarto mundo solventar los problemas de desarrollo, y limitémonos en el Norte a la ilimitada tarea de tomar conciencia, de no dar la lata-queja y de dar la lata-sensibilizarnos los unos a los otros, y por supuesto, reducir los niveles de consumo para aliviar a la población del Sur de la fuerte presión de producir para “nosotros”.
Por cierto, este foro sí que es muy vasos comunicantes…
Saludos.

Esdedesear dijo...

Gracias Antía, tu opinión de experta es estimulante para los que estamos siempre vagando por las esferas metafísico-afectivas. Me recuerda que hay un aparato institucional sensibilizado que está haciendo algo aunque tarde tanto tiempo en notarse y, al menos, cuando surgen estas catástrofes esté preparado para actuar. Un beso grande.