miércoles, 11 de febrero de 2009

Yo también soy un interruptor.

"Es precisamente aquí donde cabe cifrar la misión del filósofo en la sociedad, si se me permite, por un instante, hablar en términos tan enfáticos: demostrar que un sujeto puede ser interruptor de la información y no un simple canal de transmisión que sirve de paso a las epidemias temáticas y oleadas de excitación."
De EL Sol y la Muerte. Conversaciones entre Peter Sloterdijk y Hans-Jürgens Heinrichs

Pido permiso, también yo, por utilizar este fragmento tan enfático de las palabras de Sloterdijk , para continuar hablando del manido tema de la televisión. Pero veremos por qué lo hago. Sloterdijk en este tramo de la apasionante conversación que contiene este libro "El sol y la muerte", cuestiona la posibilidad de soberanía de alguien que, referido a los medios de comunicación, no es capaz de poner fin a la cadena de excitación, de distanciarse de las epidemias de opinión. El no dejar de hacerlo, el no convertirse en interruptor por lo tanto, deja al individuo en la precaria e insatisfactoria ilusión de autonomía. Hace estas consideraciones refiriéndose más a un contexto intelectual de transmisión de información en los medios de comunicación que a esta otra esfera más de andar por casa que yo quiero comentar, pero me temo que el uso y disfrute de la televisión, en la intimidad de nuestras chozas nos atañe a todos, incluso a aquellos que pretenden vivir en el palacio de las ideas. Recuerdo, por ejemplo, que hace unos años tuvo bastante repercusión mediática el hecho, que sin embargo yo creía, aunque erroneamente, más habitual, de que Emilio Lledó, renombrado filósofo, no tuviera televisor en su casa (nos comentó en un curso por aquel entonces que con ocasión de habérse averiado el que tenía decidió no volver a tener otro dado el "doloroso" contenido de las programaciones),y no había entrevista que se preciara en la que el entrevistador no sacara a relucir tal tema tan doméstico.

Pienso que la televisión es el invento de la historia, al menos por la generalización de su uso, por su capacidad de creación de imaginario, por su potencia movilizadora y moldeadora de deseos, y más aún por sus prestaciones terapéuticas. Siempre disponible, en cualquier tiempo y lugar, es el cómplice perfecto. Para sí lo quisieran todas las civilizaciones. No hay hogar que no tenga un televisor, desde la chabola (me viene a la memoria particularmente una de chapa y uralita en una cueva en Bolivia)más inmunda hasta la más lujosa mansión. Es más,casi no hay hogar que no lo tenga encendido constantemente. No lo critico, lo comprendo. Me parece una consecuencia lógica de la magnitud de sus características, como también me lo parecen los quebraderos de cabeza que produce, véase el caso que comenté de la señora que no le quedó más remedio que escuchar la radio, por la desgracia del vendaval. ¡Vaya infortunio! Solo cabe deducir el grado de confort planetario que hemos alcanzado y solo la comparo con el hallazgo del espejo, en el que representamos, como en la pantalla del televisor, nuestra imagen alienada, ¿o es que alguien cree que se ve a si mismo, en su autentica y completa esencia en un espejo?. Eso es, al fin y al cabo, un espejo más. En el que vemos lo que queremos ver.

Cuando era una niña llegó a España la televisión. Como no la había en todas las casas nos reuníamos en alguna para ver "lo que echaban", daba igual. Recuerdo una habitación repleta de gente para ver "El show de Loreta Young", impresionante, ¿como no?. El cine fue perdiendo misterio, la radio parecía mediocre a su lado, de gente rancia y antigua. Desde entonces he tenido una relación dialéctica con la televisión, un uso acorde a las etapas de mi propia maduración, he disfrutado mucho con muchas cosas, y como otros medios me ayudó a re-conocerme. Fui descubriendo la nocividad de un uso fuera de mi propio control, por el displacer que me producían sus consecuencias.Y ¡Oh, dioses,! también descubrí que tenía un botón de encendido y apagado que yo solita podía dominar. Fui comprendiendo que su avance replegaba mi experiencia interior, y viceversa, que el avance de mi experiencia interior replegaba sus tentáculos, pero no olvido los buenos ratos pasados. Hoy día, con ver un informativo de vez en cuando (apenas cambia nada, aunque lo parezca, en bastante tiempo) y un par de programas de humor, me llega bien. Como es dedesear.

P.D. Para dedicar mi admirado recuerdo a Freiser y "Hawkeye" Pierce (de Mash), con los que sigo reuniéndome, aunque en otro formato.¡ Ah.. y a los documentales de la Dos.!

2 comentarios:

José António Lozano dijo...

Saber encender y apagar es fundamental, porque hay cosas que vale la pena ver. El peligro de la televisión es una cierta atrofia de la voluntad. Uno yace pasivo y traga más de lo que realmente es consciente. Muchas veces deja un trasfondo de irritabilidad y "nihilismo" todavía más perceptible en los niños.

Por cierto, y cambiando de tema, veo que yenemos muchas lecturas comunes que nos inspiraron. El pragamatismo, por ejemplo.

Esdedesear dijo...

Hay un artículo de Peirce que se llama ¿Qué hace sólido un razonamiento? (What makes a reasoning sound?)que me gusta releer de vez en cuando, me quedo más tranquila ante tanta falacia de que no haya distinción entre razonar bien o mal. Dicen que tenía un trastorno mental pero ¡gua! qué bien razonaba.
Buen fin de semana ¡sin tele! Un abrazo.