domingo, 11 de enero de 2009

Un Profeta


"La enseñanza de la filosofía tiene la misma enorme dificultad que tendría la enseñanza de la geografía si el estudiante trae consigo multitud de falsas y demasiado simplificadas nociones sobre el curso y situación de los ríos, montañas. Los hombres están profundamente envueltos en confusiones filosóficas, esto es, gramaticales."

De Filosofía (Big Typescript 1932), por Ludwig Wittgenstein

De antemano quiero reconocer que hablar de Wittgenstein me produce una mezcla de pudor, respeto y desasosiego rayano en la culpa. Casi un temor infantil. No es extraño, Wittgenstein se mueve en los límites de la trascendencia, desafiándolos en su empeño mismo de fijarlos. Ese espacio de los fundamentos al que los demás solo nos aproximamos de refilón, tarde, mal y arrastro. Por eso su Tractatus es para mi un nuevo "catecismo", y tiene, en mi madurez, la misma autoridad que en mi infancia religiosa tenía éste último. ¡Ah ja,ja! Otra manifestación más de que nos hallamos inmersos en esos "juegos de lenguaje", que conforman nuestro mundo y lo circunscriben. Mi mundo de consciencia atea no puede salirse ni explicarse superando sus orígenes lingüísticos católicos en sus percepciones inconscientes.

Las fotos que conozco de Wittgenstein difieren poco. Sugieren un aspecto frágil, pelín descuidado e informal aunque elegante y refinado y sin embargo muy distinta es la imagen que su nombre me evoca (esos significados detrás de las "figuras" que también él me enseñó a reconocer e identificar, como lo hizo Freud, además de teórica, prácticamente gracias al psicoanálisis). Algo parecido debía ocurrirle a Oets Kolk Bowsma, estudioso de Wittgenstein, cuya obra trabajó intensamente y a quien conoció personalmente ( de su relación da cuenta en "Ultimas conversaciones" Ed. Sígueme) Lo describía como un Profeta. "Witgenstein era lo más cercano a un profeta que yo haya visto jamás; un hombre semejante a una torre, que se alza prominente y sin vínculo alguno, sin apoyarse en nadie, sobre sus propios pies. No teme a ningún otro ser humano. "¡Nada puede hacerme daño!"Pero el resto de los hombres le temen a él. Y ¿por qué?. No se trata en absoluto de que les pueda golpear, o quitales el dinero, o dejarles sin reputación. Lo que temen es su juicio. Y de ese mismo modo le temía yo a Wittgenstein: me sentía responsable ante él. Siempre supe lo valioso que era un paseo o una charla junto a él..." Es cierto, es fácil compartir esa imagen de Wittgenstein. Porque los Profetas que conocimos nos infundían respeto por la grandeza del mensaje que transmitían y por la sencillez y humildad de su personalidad de involuntarios recaderos, comprometidos con el enorme peso de su responsabilidad. Imagen intachable de la persona por mucha decisión que pusiéramos en cuestionar y rebatir el contenido del mensaje.

Como ocurre siempre con lo que nos enseñan los sabios, de la profundidad de su obra podemos extraer las conclusiones más sencillas y por cierto las más fructíferas. Wittgenstein me ayudó a comprender, entre mil cosas, que vale más la descripción que la explicación. "Aquí solo se puede describir y decir: así es la vida humana... La explicación, si se la compara con la impresión que nos produce la descripción, es demasiado precaria." Y en ese intento estoy, porque esdedesear.

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