lunes, 6 de abril de 2009

La voluntad de pronunciar ciertas palabras.


"Las dos aspiraciones fundamentales de la vida humana y por las que, tal vez, merezca que siga ésta fluyendo "entre el silencio de las esferas", son la inteligencia y el amor. Y ello es lo que motiva ese equilibrio que los griegos llamaron eudaimonía-felicidad-. Pero ambos términos han sufrido un deterioro tan creciente, y sus vetas se han cuarteado tanto en la costra de los social, que el mencionarlas arrastra inevitablemnte un regusto humanista y el aire de una consoladora y romántica utopía. Y sin embargo, el miedo a ciertas palabras, metido en las articulaciones de una sociedad deformada, ha de vencerse únicamente con la voluntad decidida de pronunciarlas y, por supuesto, con la de pensar y estructurar las otras que nos encarcelan y reprimen."

De La memoria del Logos". Por Emilio Lledó.

Como tantas generaciones a lo largo de la historia, la mía se movió también entre dos polos en sus usos y costumbres amorosas (inolvidable el libro de Carmen Martin Gaite, "Usos amorosos de la posguerra española"). Por una parte lo propio de la educación cristiana recibida, que incompatibilizaba pasión y matrimonio y que convertía al que cometía adulterio y a la propia adúltera, en personajes más interesantes, y por otra los penetrantes cantos de sirenas que suponían las ideas expuestas por Marcuse en "Eros y Civilización" que nos llegaban "a trancas y barrancas" pero con la fuerza que tiene todo lo que intenta acabar con las barreras de la hipocresía social. Ser una mujer liberada era "lo más". Al abrirse las compuertas de la represión, si acaso en lo físico, la fuerza del torrente nos arrastró y, al tiempo que limpiaba de ignominia el oscuro paisaje iba también disolviendo a su paso algo más que restricciones, destruyó los cimientos sólidos sobre los que fundar la pareja humana que, como en un nuevo paraíso terrenal tuvo que arreglárselas para encontrar la senda segura y así lo hicimos con mejor o peor fortuna.


Leer novela romántica estaba mal visto y de hacerlo, mejor ocultarlo. Eso me ocurrió con "Jane Eyre", su protagonista respondía a todos los tópicos que enardecían mi sensibilidad, la lucha entre el bien y el mal, la energía interior que proviene de la belleza del espíritu triunfando sobre los aspectos terrenales como corresponde al respeto por todos los códigos de valores victorianos. "Estaba en mi casa, que al fin pude encontrar. Al pronto me pareció una choza, una humilde casita con las paredes enjalbegadas y el piso de tierra. Por todo mobiliario poseía cuatro sillas pintadas, una mesa, un reloj, un armario, dos o tres fuentes y platos y un juego de té de loza de buena clase en la cocina. Y en el piso de arriba, una alcoba del mismo tamaño con una cama y una cómoda, pequeña; pero de sobra para guardar mis escasas ropas, que el cariño de mis generosas amigas me había proporcionado, y que consistían en un modesto ajuar de todas las prendas necesarias." Este modelo de autosuperación, desde la infancia desgarrada con los perversos familiares y la vida miserable en el orfanato de Lowood, que enamora a Edward Róchester, representante máximo de la fuerza varonil, de la posición social inalcanzable y de la más absoluta arrogancia, me conmovía hasta el extremo y se me presentaba como el modelo imposible, imposible al menos contárselo a nadie"Tengo que cuidar de mi misma; cuanto más solitaria, más aislada, más abandonada me vea, más he de respetarme. He de guardar las leyes dadas por Dios y sancionadas por los hombres; tengo que seguir lo que consideraba mis principios cuando estaba en mi sano juicio, no lo que se me ocurra ahora, que estoy loca. Leyes y principios no sólo han de guardarse mientras no exista tentación alguna, sino que es en los momentos de prueba y desaliento cuando el cuerpo y el alma se rebelan contra sus rigores, y entonces es cuando deben ser más inviolables e inviolados." ¡Guauu! Justo todo lo que había pasado de moda en los inicios de la revolución de los sexos y los ardores capitalistas. Cerrar página y olvidar lo que había sentido. Negar hasta morir.
Pero "a quien Freud se la dió,Freud se la bendiga", el tiempo da gusto a todos dice la sabiduría popular y hoy, curada de espantos, puedo contar sin sonrojarme que en esa otra cara de la conciencia que es el deseo, siempre quise parecerme a Jane Eyre. Y si estos modelos femeninos que os conté os sugieren burlonas consideraciones por sus perfiles harto vulgares y pelín cursilones, esperad a que os cuente los que pertenecen a mi otra mitad, es decir, los modelos masculinos de mis entretelas. ¿Y los vuestros, que tal? Esdedesear.

2 comentarios:

Josefina dijo...

!Ay Esdedesear, yo también quería ser Jane Eyre! Mejor dicho, en el entresijo de mis pensamientos juveniles, se tejía con cierta habilidad una historia donde Jane Eyre era yo...y así convivimos largo tiempo gozando y temblando ante el misterio que provocaba la sensual curiosidad que nos ofrecía "él"... !Qué difícil fue vivir en oculto todo lo que es vida y vida propia y no fingida!

Esdedesear dijo...

Hola Josefina, gracias por dedicarme tu comentario. Me alegra compartir contigo el gusto por este personaje y esta gran novela. Espero no defraudarte. Un saludo afectuoso.